Crítica a la serie Adolescencia
Entre la influencia de los coaches de masculinidad, el sentimiento de inferioridad y una narrativa fallida
La serie Adolescencia intenta abordar un problema contemporáneo urgente: la influencia de los discursos de "coaches de masculinidad" en adolescentes, la violencia en las relaciones juveniles y la dinámica familiar ante estos problemas. Sin embargo, su ejecución deja mucho que desear. La trama, que sigue a un niño de 13 años que agrede a una compañera de colegio tras ser influenciado por el discurso de Andrew Tate, se dispersa en subtramas sin sentido y desaprovecha la oportunidad de explorar de manera más profunda los factores psicológicos y sociales en juego.
Para analizar la serie, podemos desglosarla en tres ejes: la influencia de los coaches de masculinidad a través del prisma de la psicología adleriana, la comparación con Tenemos que hablar de Kevin y la narrativa fallida del padre del protagonista.
1. Coaches de masculinidad y la cámara de eco del sentimiento de inferioridad
Uno de los aspectos más relevantes de la serie es la forma en que ilustra la rápida absorción del discurso de Andrew Tate por parte del protagonista y sus compañeros. Para comprender por qué estos discursos tienen tanto eco entre los adolescentes, podemos recurrir a la psicología adleriana. Alfred Adler, fundador de la Segunda Escuela Vienesa del psicoanálisis, propuso que el sentimiento de inferioridad es un motor fundamental del comportamiento humano. En los adolescentes, esta sensación de pequeñez frente al mundo adulto y sus pares puede derivar en una necesidad de compensación, lo que los lleva a adoptar actitudes de superioridad artificial.
Los discursos de coaches de masculinidad funcionan como una cámara de eco para estos sentimientos. Al prometerles "control", "poder" y "dominancia", estos discursos dan a los adolescentes una ilusoria sensación de seguridad y pertenencia. Sin embargo, en realidad no los ayudan a desarrollar una identidad propia, sino que refuerzan una visión reduccionista del ser hombre basada en la agresividad y el desprecio por lo femenino. La escena donde Jamie Miller, el niño de 13 años, explota ante las preguntas de la terapeuta y le grita “no trates de controlarme”. La serie muestra esto de forma parcial, pero nunca explora realmente por qué estos discursos calan tan hondo en la psique juvenil ni cómo podrían ser contrarrestados.
2. Comparación con Tenemos que hablar de Kevin: Culpabilidad y causalidad
La serie parece inspirarse en la película Tenemos que hablar de Kevin en su intento de abordar la responsabilidad de los padres en la conducta violenta de sus hijos. Sin embargo, donde la película logra construir un relato profundo y ambiguo sobre la naturaleza del mal y la crianza, Adolescencia se pierde en una narrativa confusa que no permite un verdadero análisis de la relación entre el protagonista y sus padres.
En Kevin, la madre se enfrenta a la culpa y al escrutinio social, pero la película nunca da una respuesta fácil sobre si ella es responsable de las acciones de su hijo o si su maldad es innata. En cambio, Adolescencia intenta hacer lo mismo, pero falla al desviar la atención con una acusación de pederastia contra el padre del protagonista, lo que confunde el mensaje central y distrae de la verdadera problemática.
3. Una narrativa fallida: El sinsentido del padre, la camioneta y su cumpleaños
Uno de los aspectos más absurdos de la serie es la subtrama del padre. En el día de su cumpleaños, se embarca en una odisea con su camioneta que no aporta nada a la historia principal. Este recurso narrativo, que podría haber servido para explorar su relación con su hijo o sus sentimientos de culpa, termina sintiéndose como un relleno innecesario. La historia culmina con una llamada telefónica en la que el hijo se declara culpable, un desenlace abrupto que no resuelve las tensiones planteadas.
Este tipo de decisiones narrativas restan impacto al conflicto central y hacen que la serie parezca un conjunto de ideas dispersas en lugar de un relato cohesivo.
Conclusión: Una oportunidad desperdiciada
Adolescencia tiene el potencial de ser una serie importante sobre la influencia de discursos tóxicos en los jóvenes y la responsabilidad de los padres en su educación emocional. Sin embargo, su ejecución superficial y su narrativa desordenada la convierten en una oportunidad desperdiciada.
Si la serie hubiera explorado más a fondo la psicología del protagonista, si hubiera estructurado mejor su relato como lo hace Tenemos que hablar de Kevin y si hubiera evitado distracciones innecesarias, podría haber sido una crítica contundente a los discursos de masculinidad tóxica. En cambio, nos deja con una historia fragmentada y un mensaje confuso que no alcanza a iluminar las complejidades del problema que intenta retratar.
En un mundo donde los discursos simplificadores sobre la masculinidad se propagan con facilidad, necesitamos narrativas que realmente profundicen en su impacto y en las estrategias para contrarrestarlos. Lamentablemente, Adolescencia no es esa serie.