El lenguaje poético para entender la realidad
La escuela nos alfabetiza en distintos lenguajes especializados que moldean nuestra comprensión del mundo. Desde la infancia, aprendemos la lengua materna, pero luego nos enfrentamos a otros códigos que organizan la realidad de manera diferente: el lenguaje matemático con sus signos abstractos, el químico con su notación simbólica, el histórico con sus narrativas temporales, el poético con su expresividad metafórica. En la universidad, esta dinámica se intensifica: cada disciplina tiene su propio léxico, gramática y sintaxis. Aprender derecho no es solo conocer leyes, sino dominar el lenguaje jurídico; estudiar medicina implica comprender la nomenclatura anatómica y fisiológica; en ingeniería, la precisión del cálculo es un lenguaje en sí mismo. En otras palabras, la profesionalización es una forma avanzada de adquisición de lenguaje especializado.
El lenguaje no solo representa la realidad, sino que la construye. Aprender un lenguaje no es simplemente memorizar palabras, sino interiorizar una forma de pensar. La escuela, en esencia, nos enseña a leer la realidad a través de distintos códigos, y quien domina más lenguajes tiene acceso a más interpretaciones y oportunidades.
Recuerdo a un alumno que se quejaba porque en la materia de literatura le pedían leer poesía. “Deberíamos aprender finanzas”, decía. Como amante de la poesía, esta afirmación me llevó a reflexionar sobre todo lo que la lectura poética me ha aportado. El lenguaje simbólico de la poesía nos permite acceder a dimensiones del pensamiento, la emoción y la realidad que otros lenguajes no alcanzan. Mientras que el lenguaje cotidiano busca comunicar con precisión y claridad, el poético juega con la ambigüedad, la metáfora y la sugerencia, abriendo espacios para la interpretación y la introspección.
La poesía es una de las formas más antiguas y esenciales de la comunicación humana. Antes de la escritura, las sociedades transmitían su historia, sus mitos y sus valores a través de la oralidad poética. No solo preservaba conocimientos, sino que organizaba la experiencia del mundo en estructuras rítmicas y simbólicas que facilitaban su memorización y transmisión.
Pero más allá de su función histórica, la poesía nos enseña a pensar de manera no lineal, a reconocer patrones ocultos en el lenguaje y a percibir conexiones entre ideas aparentemente dispares. En un mundo dominado por lo técnico y lo pragmático, el lenguaje poético nos recuerda que la realidad es mucho más compleja y rica de lo que parece a primera vista. Nos ayuda a nombrar lo innombrable, a darle forma a lo que sentimos pero no sabemos expresar, y a comprender que el significado no siempre es fijo, sino que depende de la relación entre el lector, el texto y el contexto.
La poesía también me ha permitido entender los simbolismos en el arte plástico, el cine y las producciones audiovisuales. Aprender a leer el lenguaje simbólico de la poesía nos entrena para interpretar los múltiples niveles de significado en la realidad. Vivimos en un mundo saturado de símbolos, desde los signos culturales y religiosos hasta las imágenes que consumimos en la publicidad, la política y el entretenimiento. La poesía, al trabajar con metáforas, analogías y símbolos, nos ayuda a desarrollar una mirada más aguda para descifrar estos códigos y entender que lo que vemos y oímos rara vez es solo lo que parece a primera vista.
En el arte, por ejemplo, un cuadro de Magritte no es solo una pipa o una manzana flotando, sino una reflexión sobre la representación misma.
En el cine, un director como Tarkovski no nos cuenta historias de forma directa, sino a través de imágenes cargadas de significado poético: el agua, los espejos, el fuego, la luz y la sombra funcionan como símbolos que nos hablan en un nivel más profundo que la simple narración.
Si no estamos entrenados en la lectura simbólica, podemos reducir una película, una pintura o incluso un hecho histórico a su interpretación más superficial. En cambio, si comprendemos cómo funcionan los símbolos y los lenguajes poéticos, podemos captar la riqueza de significados ocultos y leer el mundo con mayor profundidad.
Por eso, la poesía no es solo un ejercicio estético o sentimental, sino una herramienta cognitiva que nos prepara para descifrar la complejidad del mundo y participar en él con una mayor conciencia crítica.